Lola Ferreruela ha vencido. Ella no lo sabe, ustedes no lo saben, pero Lola ha vencido, ha ganado la partida a las normas, a la tradición, a las tornadizas modas, a las conveniencias del momento, a lo que se debe esperar de alguien que pinta ahora cuando es 2008 y arrastramos un siglo disparejo, agujereado, distorsionado y convertido en teorías y en excusas como quien arrastra una pierna aplastada o una historia de soledad nunca del todo superada ni asumida. No estoy diciendo que la miremos a ella, que nos acerquemos a su presencia en un extremo de esta sala para intercambiar palabras y sonrisas (conozco esa experiencia y la aconsejo, tanto es lo que se aprende y o que se intuye en una charla con ella). Digo que nos acerquemos a sus pinturas, a sus dibujos y renunciemos a la pregunta esclavizadora que nos hacemos desde hace siglos. Qué nos quiere decir el artista, qué es lo que nos muestra. Vana exigencia la nuestra. Más bien deberíamos preguntarnos qué es lo que queremos que este arte nos diga, qué queremos que nos muestre. Y tampoco daríamos en el clavo con este nuevo enfoque, aunque estaríamos más cerca de la honestidad si nos interrogamos a nosotros mismos. Y es que Lola no tiene por qué ser una hechicera que nos ofrezca espejos enmarcados en vez de óleos. No, ella no se conforma con aquello tan conocido de complacer al espectador. Tiene bastante sabiduría, bastante rebeldía para rechazar el servilismo de agradar al público. Que sea el público, en todo caso, el que vea, juzgue y decida. Bastante tiene con mantener su independencia, su libertad reacia a los cánones y los credos.En ella, todo conocedor de la tradición pictórica de los últimos siglos sabrá enlazar pinturas suyas como "El gran viaje" con el espíritu de los simbolistas rusos y muy especialmente con Nicolai Roerich. O emparentar "Vibración" con el mejor cubismo órfico de los Delaunay, "Voy a llegar" con la muralística mexicana a la vez que con los majestuosos Cristos del románico catalán o incluso enlazar los grandes mandalas como "H2O" con el op-art unido a componentes cubistas, aparte de la raigambre hermética y tibetana, o su retrato de Picasso asimilable al expresionismo nórdico. No, Lola no es un catálogo de Historia del Arte. Y si coincide en estos elementos es porque su voluntad plástica es auténtica y puede llegar a conectar con movimientos anteriores porque la aventura del color le lleva a las mismas playas que a navegantes anteriores.
Lola refleja el asombro de nuestro mundo, la perplejidad de quien pasea por el laberinto de espejos. Cada vez que veo sus pinturas, tan libres, tan verdaderas, recuerdo lo que escribió Giorgio de Chirico en una remota carta de 1919 y que se aplica, mejor que cualquier discurso que pueda yo enhebrar, lo que ella intenta y consigue contarnos:
«Para ser verdaderamente inmortal, una obra de arte ha de exceder de todos los límites humanos: la lógica y el buen sentido no hacen más que molestar. Una vez derribadas estas barreras, penetramos en las visiones de la infancia y el sueño. De la porción más recóndita de su ser, el artista ha de extraer profesiones de fe; ni el arrullo de los torrentes, ni el canto de los pájaros, ni el murmullo del follaje, habrán de distraerlo. Lo que oigo nada vale; sólo tiene vida lo que veo; y con los ojos cerrados mi visión es aún más poderosa.
Es de importancia capital liberar al arte de todo lo que contenía de materiales reconocibles; temas familiares, ideas tradicionales, símbolos populares: todo debe ser destruido. Más importante es ún una fe inmensa en nosotros mismos y es esencial que la revelación que recibimos, la concepción de una imagen que encierra algo que ni tiene ningún sentido en sí, ni un tema, que nada significa lógicamente; es esencial que hablen en nosotros violentamente y que evoquen en nosotros una alegría o agonía tales, que nos veamos forzados a pintar por un estímulo más fuerte todavía que el hambre que impulsa a un hombre a devorar un pedazo de pan como una fiera [...] La experiencia más asombrosa, heredada del hombre prehistórico, es quizás el presentimiento. Existirá siempre. Podríamos ver en él una eterna prueba del carácter irracional del universo. En sus orígenes, el hombre se movía sin duda en un mundo de signos misteriosos y debía de temblar a cada paso»

Valga la extensión de la cita por su intensidad, su pertinencia. Entre lo que expresó el artista italiano y lo poco que he podido sugerirles, no tendrán todavía los elementos suficientes para saber qué nos quiere decir Lola. Su manera de pintar, de ser, no se identifica con doctrinas. Es más, yo diría que cada pintura suya más que un discurso o una definición, es una oración sin palabras a un dios que no tiene nombre. Y el resto es silencio.
MARIO VIRGILIO MONTAÑEZ
Crítico de Arte
2 comentarios:
Este chico me sorprendió gratamente porque hablé poco con él y me hizo un artículo en la prensa que me hizo mucha gracia porque con lo poco que le dije se extendió mucho. Trabaja en la Fundación Picasso de Málaga; debería ser el director, en lugar de poner a politicos que no tienen nada que ver con el arte.
Gracias, Lola. No aspiro a ser sino a lo que ya soy. He releído mi texto y me mantengo en cada afirmación. Esa libertad de no someterse a doctrinas se mantiene y acrecienta en tu obra última. Sigue así. Los que en ti creemos, siempre creeremos.
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